Cruz Díez es profesora de Enseñanza Secundaria.
Funcionaria. “Privilegiada”.
El Gobierno
ha anunciado nuevos recortes sociales, entre los que se encuentra la supresión
de la paga “extra” de Navidad a los funcionarios. Dentro de lo apocalíptico de
la situación, la jugada política es impecable. Nuestro presidente habla de paga
“extra” en lugar de lo que realmente es, una bajada de sueldo del 7%.
Con ello demuestra de nuevo el soberbio dominio del poder de las palabras que
caracteriza la retórica del PP, al tiempo que acalla voces críticas: No miren
la subida del IVA, fíjense mejor en como castigamos a los funcionarios, que
como todos sabemos, son unos vagos y unos privilegiados. Y así, mientras unos
rompían en aplausos, otros veíamos como éramos de golpe doblemente más pobres.
Por un lado se nos bajaba el sueldo por nuestra condición de privilegiados, y
por otra se nos subían los impuestos como a cualquier otro ciudadano.
Tras escuchar
este anuncio, yo salí junto a otros miles a manifestarme con los mineros,
porque, parafraseando a Publio Terencio, nada de lo obrero me es ajeno. Sin
embargo, ¿cuánta gente se manifestaría con los funcionarios como trabajadores?
No me refiero a manifestarse en defensa de los servicios públicos, sino en
defensa de los derechos de los funcionarios como obreros. ¿Saldría usted a
protestar conmigo por nuestra bajada de sueldo? ¿o por el aumento en
nuestra carga de trabajo? – Carcajada.
España es
una país funcionarista, y el funcionarismo, un tipo de discriminación no
reconocido por la sociedad. Cuando alguien dice que los andaluces somos unos
vagos, o que los chinos nos invaden, o que los musulmanes son unos
maltratadores, suele haber alguien que enseguida se le echa al cuello (y con
toda la razón) por hacer uso de una generalización discriminatoria de un
estereotipo. Sin embargo, cuando alguien dice que un funcionario es un
privilegiado o un vago, mucha gente asiente y al punto alguien dice “Uys, sí,
yo tengo un amigo funcionario que…” 1. desayuna tres veces, 2. hace la compra
en horario laboral, 3. se da de baja sin estar enfermo, 4. todas las anteriores
y alguna más.
No mucha
gente parece pararse a pensar que esta generalización discriminatoria incluye a
1,6 millones de funcionarios, más otro millón de interinos y personal
laboral del sector público. 2,6 millones de personas, todas ellas vagas y
privilegiadas. La llamada casta parasitaria. Yo soy funcionaria, hago un
trabajo y se me paga por ello. Siguiendo esta lógica, ¿es usted entonces un
parásito de su empresa?
En este
grupo de privilegiados parásitos se incluye por igual no sólo al
funcionario-profesor, al funcionario-enfermero o al funcionario-administrativo,
sino al funcionario-profesional y al funcionario-jeta. Y profesionales y jetas
hay en todas partes, no sólo en el sector público. Sin embargo, a todos nos
gusta señalar con dedo acusador a los funcionarios. De hecho, incluso nosotros
mismos nos acusamos unos a otros: “Yo soy funcionario, pero médico, oiga,
¡no de los de ventanilla de registro que se pasan la mañana en el bar!”. Pues
también hay grandes profesionales que trabajan detrás de una ventanilla, mire
usted.
La raíz de
esta discriminación está en confundir privilegios con derechos, sumados al
carácter envidioso del español medio: nos cuesta asumir que alguien esté mejor
que nosotros, y lejos de luchar por conseguir que todos mejoremos y alcancemos
el nivel del que está mejor, nos regodeamos en el morbo de ver hundirse al de
al lado.
A pesar de
la insistencia de muchos miembros del Gobierno en la idea de que los
funcionarios somos unos privilegiados, la realidad es que no somos más que
trabajadores. Unos trabajadores que en su mayoría no ganan más de 1.000 euros
al mes. Unos trabajadores que en tiempos de bonanza no recibieron un aumento
del 12%, que es lo que se nos ha rebajado en los últimos dos años a nivel
nacional (a esta cifra hay que sumar el porcentaje que cada comunidad ha
estimado oportuno llevar a cabo). Unos trabajadores que hemos sufrido durante
años las burlas de los demás por tener unos sueldos miserables en comparación
con el pseudo-enriquecimiento colectivo. Unos trabajadores que tenemos el
privilegio de pagar con nuestro trabajo, nuestros impuestos y nuestros sueldos
una crisis en la que poco hemos tenido que ver. Unos trabajadores que tenemos
que hacer lo anterior como el resto y encima sufrir un linchamiento colectivo
por el mero hecho de haber elegido una carrera profesional en la función
pública.
Dicen que nuestros
privilegios son la estabilidad laboral, nuestros sueldos, nuestras vacaciones,
nuestros días por asuntos propios… Señores, esos son nuestros derechos como
trabajadores y también los estamos perdiendo. Nuestros privilegios son otros.
Nuestro privilegio es educar a las generaciones futuras, curar a los demás,
salvar sus vidas en un incendio, gestionar que se haga justicia, casarles o
hacerles llegar su correo. Y todo esto lo hacemos sin bonus, sin cestas de
Navidad (ni paga desde ahora), sin ascensos, sin reconocimiento ni
agradecimiento. Y si usted piensa ahora “A mi también me han bajado el sueldo”
o “Peor estoy yo que no tengo trabajo”, recuerde, por favor, que los
funcionarios no tenemos la culpa de eso. Si es de los que piensa “Peor estamos
muchos y no protestamos”, por favor, proteste. Y piense lo que piense, no sea
funcionarista. Juzgue a cada cual por el trabajo que realiza, y no se
olvide de los que nos gobiernan. Gire su dedo acusador hacia ellos, igual
entonces las cosas cambian.
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