viernes, 3 de abril de 2009



Esta semana, he tenido la suerte y el tiempo de poder escuchar, durante dos días, música de cámara y guitarra clásica en directo y en un marco como es el salón de actos de “mi” instituto.

Hay quien habla con caballos (Robert Reford), hay quien lo hace con perros (de mucha actualizad en la cuatro), y yo tengo el sino de emocionarme intensamente con la música, tanto que termino con unos lagrimones...
Ya de pequeña cuando llegaba navidad y se escuchaba por la radio “El Tamborilero” de Raphael me ponía a llorar, después me sigue pasando con “A wonderful world” de Louis Armstrong. Y sin embargo siempre he sido muy crítica cuando esas películas, donde se escuchaba una opera y se veía la imagen de un hombre (italiano y pa más INRI padrino/mafioso) emocionado, con los ojos arrasados de lágrimas, me parecía exagerado. Pero mire usted que me esta pasando lo mismo a mí, y no seré yo quien vaya dejando cabezas cortadas de caballos entre las sábanas de la cama de nadie.
En fin que no quiero pensar que sean cosas de la edad, o que cuando se llega a curtir piel de elefante ya hay pocas cosas que la atraviesen... si ya lo decían... la música amansa...

Con esto no quiero decir nada ¿eh? Que en unos días tenemos bombos, tambores y demás instrumentos por la calle y también habrá gente, y más en estas tierras, que se emociones y no solo puede que sea por los “pasos” sino porque alguien en esas apreturas te pise (y no te digo nada si es un pisotón de resbalón) y entonces te salten las lágrimas pero ¡ayyy! de dolor.

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